Por Cristina Astudillo Peña y Cecilia Cerda Pacheco
Resumen
El presente artículo tiene como objetivo compartir una experiencia en la intervención con jóvenes infractores de ley, esto bajo la puesta en marcha de la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente Chilena, la cual considera que para prevenir el aumento de la delincuencia juvenil es necesario aplicar medidas y sanciones que posibiliten que los jóvenes se responsabilicen por los actos delictivos, esto en combinación con políticas sociales que favorezcan su reinserción.
Es en este marco, que los programas Salidas Alternativas de las provincias de Elqui y Limarí, de la Corporación Gabriela Mistral, Región Coquimbo- Chile, han desarrollado, una práctica innovadora utilizada como estrategia metodológica, basada en su basta expericiencia en la intervención socioeducativa con adolescentes infractores de ley, incorporando conceptos teóricos recogidos de la teoría de Los Buenos Tratos y Resiliencia de Barudy y Dantagnan.
En relación a esto, se plantea la adaptación de este modelo a la intervención no terapéutica, en la cual es posible observar cómo los estilos vinculares pueden influir negativa o positivamente en el desarrollo de los adolescentes y cómo mediante una intervención especializada pueden aprender formas saludables de relacionarse con terceros, aportando nuevos elementos para la intervención en contextos obligados, y planteando directrices para nuevas investigaciones en este ámbito.
Conceptos Claves: Adolescentes infractores de ley, intervención socioeducativa, estilos vinculares, contexto obligado.
COMPRENSION OF THE LINKING STYLE OF LAWBREAKER ADOLESCENTS AS A STRATEGY FOR SOCIOEDUCATIONAL INTERVENTION
Abstract
The aim of article is to share an experience in the intervention of lawbreaker adolescents under the setting in operation of the Ley de Responsabilidad Penal Adolescente Chilena ( Chilean Law of Adolescent Penal Responsibility) which considers the necessity of applying measures and sanctions to make possible that adolescents make themselves responsible for their own criminal acts along with social policies that favor their social rehabilitation for avoiding the increasing of juvenile delinquency.
It is in this context that the Programs Salidas Alternativas of the provinces of Elqui and Limarí of the Corporation Gabriela Mistral, Región de Coquimbo – Chile, have developed an innovative method used as a methodological strategy based on their huge experience in socio educational intervention with lawbreaker adolescents, incorporating technical concepts from Barudy and Dantagnan’s Theory “Los Buenos Tratos y Resilencia”.
In that respect, it is established the adaptation of this Model to the non therapeutical intervention, , in which it is possible to observe how linking styles can negative on positively influence in the adolescents’ development and how through an expert intervention can learn healthy ways to relate to other people giving new elements for intervention in a law mandatory context and setting for directrix for new researches in this field.
Keywords: lawbreaker adolescents, socioeducational intervention, linking style, law mandatory context.
Contexto Legal
Las últimas tendencias de experiencias internacionales señalan que para prevenir el aumento de la delincuencia juvenil es necesario aplicar medidas y sanciones que posibiliten que los jóvenes se responsabilicen por los actos delictivos, en combinación con políticas sociales, diferenciando la protección de derechos de las sanciones por actos delictivos, aspecto considerado en la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente Chilena.
Por ello, el Estado de Chile, en consonancia con los compromisos internacionales que adquiere al ratificarse como miembro de la Convención Internacional de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, ha debido poner en marcha la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente (en adelante, LRPA), a fin de dar respuesta a los requerimientos de un sistema de justicia, con el establecimiento de garantías referidas a un debido proceso y de igualdad ante la Ley. Esto también garantiza el derecho de ser tratado como sujeto en desarrollo, con actores judiciales especializados en justicia juvenil y contar con la oportunidad de integrarse a la sociedad.
Transversalmente, este enfoque contempla la necesidad de brindar atención a los y las jóvenes que se encuentran entre los 14 y 18 años de edad, que han infringido la Ley Penal, tarea encomendada al Servicio Nacional de Menores, mediante Centros Privativos de Libertad, y a operadores externos, mediante organismos acreditados por dicho Servicio para la ejecución de Medidas y Sanciones contempladas para el medio libre, a través de una oferta de atención especializada, que aborde el desafío de trabajar con sujetos en desarrollo y en contextos sociofamiliares y culturales complejos.
Uno de estos organismos acreditados es la Corporación Gabriela Mistral, presente en dos regiones del país, la cual cuenta con una vasta experiencia en el trabajo técnico y especializado para el abordaje de la delincuencia juvenil desde el año 1993, catorce años antes de la puesta en marcha de la justicia juvenil especializada en Chile. Esta experiencia permite concentrar recurso humano capacitado y construcción técnica para el trabajo con adolescentes que han infringido la ley Penal.
En la Región de Coquimbo, la Corporación Gabriela Mistral tiene a cargo los programas de Salidas Alternativas, cuya función es ejecutar las medidas judiciales que incorpora la Suspensión Condicional del Procedimiento y los Acuerdos Reparatorios (víctima /imputado). En términos amplios, estas Salidas Alternativas permiten prescindir de la persecución penal íntegra, en aquellos casos en que no se considera aconsejable la aplicación de una pena. Esta medida judicial surge del artículo 27 de la LRPA, que hace aplicable en forma supletoria las normas del Código Procesal Penal Chileno, que las contienen en los artículos 237 y 238.
En razón de la descripción precedente, estos programas, comprenden que para favorecer el cumplimiento de esta Ley, es necesario incorporar una metodología de intervención que contenga estrategias efectivas y acordes a los niveles de complejidad que implica trabajar con adolescentes que han infringido la Ley Penal.
Además, la metodología de trabajo de los programas de Salidas Alternativas se sustenta en orientaciones técnicas emanadas del Servicio Nacional de Menores, las cuales entregan directrices para abordar una intervención integral que considere las dimensiones individual, familiar y comunitaria. Esto permite contar con una visión de cada adolescente para fortalecer competencias, factores protectores y oportunidades de integración social, que contribuyan a que el sujeto atendido dé cumplimiento a la medida judicial y a la vez disminuya los factores de riesgo que puedan incidir frente a un eventual reingreso al sistema penal.
Una de las estrategias incorporadas en esta metodología, es comprender el estilo de vinculación del sujeto como resultado de su historia familiar, considerando en la intervención su necesidad de establecer una relación significativa y segura. El estilo de vinculación influirá en la relación que se establece entre el profesional y el joven, lo cual es otro motivo para tenerlo presente al momento de intervenir.
La relevancia de esta temática reside en cómo la relación entre el profesional y el adolescente puede propiciar el aprendizaje de nuevos estilos de relaciones más saludables y funcionales a las normas sociales, incorporando nuevos estilos más adaptativos, a las exigencias de los espacios en los que el/la joven deberá integrarse y que requieren una vinculación distinta de la que ha establecido en su trayectoria vital.
Esta nueva estrategia de intervención, se ha ido incorporando y adaptando en la reflexión e intervención diaria, a partir del año 2010. Esta propuesta metodológica surge de la necesidad de dar un paso más, para mejorar la calidad y pertinencia de la intervención realizada por los Programas de Salidas Alternativas de las provincias de Elqui y Limarí.
Con esta estrategia se intenta construir una relación de calidad con el adolescente, que genere un espacio donde pueda sentirse seguro y considerado, lo que permitiría la construcción conjunta de los objetivos a trabajar en la intervención, motivando la consecución de metas significativas. Esto puede ser facilitado, debido a que el adolescente se encuentra en un período crítico del desarrollo, en el que aún se puede flexibilizar las concepciones anteriormente aprendidas.
Al respecto, la literatura especializada describe cómo las formas de vinculación primaria tienen repercusiones en el desarrollo biopsicosocial de las personas. En particular, cuando los padres no tienen las competencias parentales adecuadas para entregar los cuidados necesarios a sus hijos, existe mayor riesgo de aparición de trastornos, en diferentes áreas del desarrollo integral normal de los infantes y adolescentes. Esto, debido a que se dificulta el aprendizaje y desarrollo de los procesos de autorregulación eficientes. Por autorregulación, se entiende el proceso que permite a una persona tener mayor auto control sobre sus emociones y conductas. Al contrario, cuando se tiene problemas en esta área existe mayor dificultad para reconocer y modular emociones, así como respuestas conductuales asociadas a éstas.
Por lo anteriormente señalado, el sentido de este artículo es socializar la experiencia alcanzada por estos Programas, respecto de la importancia de reconocer el estilo vincular de los adolescentes y cómo este, influye en la aparición de conductas disruptivas o desviadas de la norma social. Por otro lado, este reconocimiento permite desestigmatizar al adolescente, facilitando la relación con el profesional, incluyendo estrategias de intervención para la adquisición de patrones conductuales más adaptativos.
A continuación, se plantean algunos conceptos relevantes para comprender el contexto en que se desarrolla esta intervención.
Adolescencia
Al ser los adolescentes la población objetivo, es necesario señalar que la adolescencia, es un periodo en la vida del ser humano, que se caracteriza por una serie de cambios que afectan a todos los aspectos fundamentales de una persona. Este periodo puede considerarse una etapa de transición entre la niñez y la vida adulta, que suele fijarse entre los 11 – 12 años y los 18 – 20 años de edad, existiendo sub-etapas debido a lo amplio del rango de edades. Así, es frecuente diferenciar entre una adolescencia temprana entre los 11 y 14 años; una adolescencia media entre los 15 y 18 años y una adolescencia tardía o juventud, a partir de los 18 años (Moreno A. y Del Barrio C., 2000). Pese a que estos autores definen a la adolescencia como una etapa de transición, desde esta perspectiva, este periodo tiene una relevancia significativa, ya que se constituye en una etapa de grandes cambios físicos y psicológicos, claves para el desarrollo de la personalidad, que va a regir la vida adulta, su desarrollo social, emocional y desenvolvimiento en la sociedad.
Al hablar de adolescencia, se debe entender que se trata de una etapa sensible, no sólo porque algunas de las experiencias que se tengan en esta etapa puedan influir sobre su desarrollo, sino porque durante estos años el adolescente debe afrontar una serie de retos y tareas, y asumir compromisos, que le ayudarán a construir su identidad personal y a iniciar una determinada trayectoria evolutiva. Todas sus experiencias durante estos años van a tener efectos duraderos, aunque no necesariamente irreversibles, sobre su desarrollo futuro (Oliva, 2004 en Calderón, Galleguillos y Ossandón, 2006).
Dentro de este proceso, que tiene como objetivo definir la identidad, se presentan algunas características:
- 1.- Omnipotencia en sus acciones, ideas y hazañas e identificación con figuras heroicas o idealizadas. Esto incide en que desafíen mandatos paternos, normas sociales, instituciones, leyes, etc., lo cual los lleva a experimentar conductas de riesgo que no necesariamente se cristalizan en una conducta antisocial.
- 2.- Experimentación de nuevas situaciones, a medida que se ponen a prueba y redefinen los propios límites.
- 3.- Deseos de independencia y diferenciación del mundo de los adultos, los que podrían generar ansiedad e inseguridad, estableciéndose contradictoriamente una necesidad mayor de dependencia de terceros significativos y de que éstos apoyen la visión que está creando sobre sí mismo.
- 4.- Interiorización de normas sociales, haciendo lo correcto para complacer a otros u obedecer la ley.
Adolescentes Infractores
En algunos casos, la experimentación de conductas de riesgo, junto con la asociación a pares disruptivos en la adolescencia y estilos vinculares poco saludables, pueden generar problemáticas conductuales asociadas a infracciones de ley, las que podrían no concretizarse como una conducta definida en la vida adulta.
Algunos autores como Le Blanc (2003 en J. Dionea y A. Zambrano, 2009) han propuesto adoptar una definición factual de la delincuencia, de este modo, la delincuencia juvenil se da “cuando un niño o un adolescente comete infracciones contra las leyes criminales de un país”. Esta definición está confirmada en la utilización en Chile del término “infractores de ley”, en la cual se considera que las conductas infractoras de los adolescente, se relacionan con actos de trasgresión en contra de las leyes criminales.
Otra mirada del concepto de adolescente infractor, es la propuesta por este equipo, en donde, desde un paradigma ecosistémico, se concibe que la conducta infractora de un adolescente, puede ser resultado de multicausalidades, en donde se conjugan los factores individuales, familiares y ambientales.
Modelo Ecosistémico
El postulado básico del modelo ecológico del desarrollo humano que se propone, supone por un lado, la progresiva acomodación mutua entre un ser humano activo, que está en proceso de desarrollo y por el otro, las propiedades cambiantes de los entornos inmediatos en los que esa persona en desarrollo vive. Esta acomodación mutua se va produciendo a través de un proceso continuo que también se ve afectado por las relaciones que se establecen entre los distintos entornos en los que participa la persona en desarrollo y los contextos más grandes en los que esos entornos están incluidos (Bronfenbrenner, 1979 en García, F., 2001; Frías, M.; López A. & Díaz, S. 2003 y Frías, M., Corral, V., Arizmendi, E. & Contreras, M.,1998).
Bajo esta perspectiva, se entiende a la persona no sólo como un ente sobre el que repercute el ambiente, sino como una entidad en desarrollo y dinámica, que va implicándose progresivamente en el ambiente y por ello influyendo también e incluso reestructurando el medio en el que vive. Precisamente, como se requiere de una acomodación mutua entre el ambiente y la persona, la interacción entre ambos es bidireccional, caracterizada por su reciprocidad. Además, el concepto de “ambiente” es en sí mismo complejo, ya que se extiende más allá del entorno inmediato para abarcar las interconexiones entre distintos entornos y la influencia que sobre ellos se ejercen desde entornos más amplios. Por ello, el ambiente ecológico se concibe como una disposición seriada de estructuras concéntricas, en la que cada una está contenida en la siguiente. Concretamente, Bronfenbrenner (1979 en García, F., 2001; Frías, M.; López, A. & Díaz, S. 2003 y Frías, M., Corral, V., Arizmendi, E. & Contreras, M.,1998) postula cuatro niveles o sistemas que afectan directa e indirectamente sobre el desarrollo de las personas:
Microsistema: corresponde al patrón de actividades, roles y relaciones interpersonales que la persona en desarrollo experimenta en un entorno determinado en el que participa. Es el medio más inmediato donde se desarrolla el individuo (familia).
Mesosistema: comprende las interrelaciones de dos o más entornos (microsistemas) en los que la persona en desarrollo participa (por ejemplo, para un niño, las relaciones entre el hogar, la escuela y el grupo de pares del barrio; para un adulto, entre la familia, el trabajo y la vida social).
Exosistema: se refiere a los propios entornos (uno o más) en los que la persona en desarrollo no está incluida directamente, pero en los que se producen hechos que afectan a lo que ocurre en los entornos en los que la persona sí está incluida (para el niño, podría ser el lugar de trabajo de los padres, la clase del hermano mayor, el circulo de amigos de los padres, las propuestas del Consejo Escolar, etc.).
Macrosistema: se refiere a los marcos culturales o ideológicos que afectan o pueden afectar transversalmente a los sistemas de menor orden (micro, meso y exo) y que les confiere a estos una cierta uniformidad, en forma y contenido, y a la vez una cierta diferencia con respecto a otros entornos influidos por otros marcos culturales o ideológicos diferentes.
Para ejemplificar estos cuatro ambientes se expone el caso de Juan, quien es un joven de 17 años de edad. Al momento de nacer, Juan presentó una malformación abdominal, por lo cual debió ser separado de su madre y hospitalizado por un largo periodo en la ciudad de Santiago de Chile, permaneciendo sin el cuidado y protección de su progenitora, por lo cual no desarrolló un vínculo primario con su figura de apego y se vio alejado de su padre, hermanos y familia extensa (microsistema). Por otra parte, cuando el joven regresa a la ciudad de origen, comienza a vivenciar sus primeras experiencias de abandono y negligencia por parte de sus padres. Un ejemplo de ello, fue que los progenitores descontinuaron el tratamiento médico que requería, tampoco incentivaron su ingreso y permanencia al sistema escolar (mesosistema). Posterior a esto los padres se separan, presentando ambos nuevas relaciones, acentuando las conductas negligentes hacia su hijo. En consecuencia Juan no tuvo cubiertas sus necesidades básicas, vivió a la intemperie, en un cerro cercano a la vivienda de la madre, y se habituó a cometer conductas delictivas, principalmente robos y hurtos menores, para alimentarse. Producto de estas negligencias, el Tribunal de Familia decretó una Medida de Protección, obligando a la madre a brindar los cuidados que el joven requería para su desarrollo (exosistema). Por otra parte, el padre nunca se constituyó en una figura de apoyo para el joven, pues desde sus creencias, estimaba que era la madre la encargada de velar por el cuidado y bienestar de los hijos, centrando su participación, sólo en el aporte económico (macrosistema).
Desde el punto de vista del modelo ecológico, la evolución del niño se entiende como un proceso de diferenciación progresiva de las actividades que éste realiza, de su rol y de las interacciones que mantiene con el ambiente. Se resalta la importancia de las interacciones y transacciones que se establecen entre el niño y los elementos de su entorno, empezando por los padres y los iguales. De acuerdo con estas ideas, al analizar el desarrollo del niño, no se puede mirar sólo su comportamiento de forma aislada, o como fruto exclusivo de su maduración, sino, siempre en relación al ambiente en el que el niño se desarrolla. Las relaciones entre el niño y sus padres se entienden como un factor central para el desarrollo del infante. Retomando el caso anterior, la conducta negligente de los progenitores de Juan y las condiciones ambientales adversas que interfirieron en su desarrollo, son considerados factores de riesgo que incidieron en la manifestación de conductas desadaptativas por parte del joven, en esta etapa.
El modelo ecológico del desarrollo representa un marco teórico para el estudio de la antisocialidad, debido a que comprende todos los entornos en los que se desenvuelve el adolescente. Estos escenarios contribuyen al desarrollo de la conducta prosocial del individuo, si éstos son positivos. Sin embargo, un ambiente familiar y/o contexto sociocomunitario adverso, pudieran generar conducta antisocial y delictiva en los adolescentes (Frías, M.; López, A. & Díaz, S. 2003). Por otra parte, el Modelo Teórico de los Buenos Tratos y Resiliencia (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005) permite una visión explicativa de los problemas conductuales presentados en la adolescencia, desde el análisis de los estilos vinculares con las figuras de apego, ya que son estas relaciones las que permiten desarrollar la capacidad de la autorregulación que tiene un rol importante para el control de las conductas de riesgo.
Desde este modelo se puede comprender cómo estos jóvenes interactúan en distintos contextos, permitiendo desarrollar estrategias que sean más efectivas a la hora de intervenir cada caso y dar una explicación integrada de los factores que pudieran influir en las conductas adaptativas o de riesgo. Por ello, este modelo de intervención no se centra en las carencias y dificultades de los adolescentes, sino que incorpora los factores protectores, como el desarrollo de competencias y habilidades.
Modelo Teórico de Buenos Tratos y Resiliencia
Como se señala anteriormente, el modelo Teórico de los Buenos Tratos y Resiliencia (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005), adquiere relevancia en la práctica, ya que permite comprender la situación de los adolescentes atendidos y cómo las relaciones y estilo de apego con sus figuras significativas, pueden haber influido en la aparición de problemas conductuales.
Desde esta mirada, los cuidados que se reciben en la infancia son fundamentales, principalmente los cuidados que entregan las figuras primarias, con quienes se establece una relación afectiva, que constituye el espacio vital de crecimiento del infante y desarrollo social de éste. (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Estas relaciones influyen en el desarrollo de la capacidad de vincularse y compartir estados afectivos, lo cual incide directamente en la posibilidad de generar nuevas relaciones, y en el desarrollo de la capacidad de autorregulación emocional y conductual frente al estrés o ansiedad, la cual tiene concordancia con la aparición de trastornos de conducta, emocionales, y otros, en etapas posteriores del desarrollo (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Asimismo, este modelo se fundamenta en una mirada ecológica, centrándose en la interacción entre el ontosistema y el microsistema, sin embargo, ello no significa que minimice las interacciones con los otros subsistemas, ya que estos son fundamentales para comprender esta mirada teórica y su propuesta de abordaje.
Para entender el proceso de socialización de un individuo, es necesario tener en cuenta donde vive, crece y se desarrolla. Por ello, el abordaje de la intervención que se brinda, incluye tres niveles: individual, identificando fortalezas, competencias y debilidades; a nivel familiar, roles parentales, normas, límites, disciplina, relaciones familiares, cuidado mutuo, etc. y a nivel comunitario se debe tener en cuenta el contexto, condiciones de vida, oportunidades, creencias, etc.
Para la presente propuesta, este modelo es utilizado en las distintas etapas de intervención. Por ejemplo, en el proceso de evaluación inicial, es fundamental comprender la historia familiar para conocer la dinámica en que se manifiestan las conductas transgresoras del joven y situaciones específicas de su desarrollo que desencadenaron el aprendizaje de estas.
En esta etapa, se intenta favorecer el clima de seguridad con el adolescente, y el adulto que participará del proceso, propiciando la confianza necesaria para iniciar el proceso de intervención. Esto permite al profesional conectarse con la persona y no con el infractor, disminuyendo los prejuicios y aumentando la empatía.
Para lograr que el clima sea efectivamente de confianza y tranquilidad, se dedica un tiempo no menor a realizar las presentaciones y a explicar el contexto en el cual se desarrollarán las sesiones siguientes, asegurándose de clarificar las dudas al respecto, tranquilizando al joven y al adulto, a fin de disminuir los niveles de ansiedad. Para ello, en la primera sesión, se estructura el proceso de intervención con participación del adolescente y su adulto responsable. Por ejemplo, en la primera entrevista asiste el joven con su madre/padre, evidenciando ansiedad por el desconocimiento de la metodología y objetivos de este Programa. En ese momento, el profesional debe tomar una actitud de acogida, escucha activa y contención, además de entregar la información necesaria que permitirá desmitificar ideas erróneas respecto de este proceso. Por otro lado, es frecuente recepcionar a jóvenes molestos o resistentes debido a la obligatoriedad de la medida judicial. Una forma de disminuir esta resistencia es hacerles sentir que esa actitud no es enjuiciada por el profesional, sino que al contrario, se acoge su malestar lo que permite no generar un quiebre en la relación que se comienza a construir.
Teoría del Apego y desarrollo cerebral: bases neurobiológicas
Desde esta perspectiva, el desarrollo del cerebro se ve influenciado por los cuidados y los buenos tratos que cada persona haya recibido tanto en su niñez, como en la adultez, siendo de suma relevancia la última etapa del embarazo hasta el segundo año de vida, puesto que el cerebro se encuentra en un periodo crítico de crecimiento acelerado (Bonnier, 1995, en Los Buenos Tratos en la Infancia, Barudy , J. ;Dantagnan, M. 2005).
En este sentido, el cerebro permite, gracias a su plasticidad, la toma de decisiones y la elección de respuestas adecuadas frente a dificultades, razón por la cual influye en la capacidad de desarrollar conductas adaptativas (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005). Así, las experiencias traumáticas y el abandono, además de exponer al niño a situaciones amenazantes, también le priva de experiencias vitales para promover el crecimiento, esenciales para la maduración del hemisferio derecho, el cual es dominante durante los primeros años de vida. Ello es fundamental, ya que dentro de las funciones que presenta este hemisferio se encuentran la autorregulación, codificación y aprendizaje de aspectos no verbales del lenguaje y la expresión facial de los estados afectivos, percepción de emociones, regulación del Sistema Nervioso Autónomo, registro y regulación de estados somáticos, procesos cognitivos sociales y recuperación de la memoria autobiográfica (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Por ello, en caso de vivencias de malos tratos durante los dos primeros años de vida, el cerebro puede no desarrollar la capacidad de comunicarse emocionalmente con otros, sufrir problemas afectivos intensos y frecuentes, tender al desarrollo de una autoestima frágil y dificultad para adaptarse a las demandas de su entorno. De acuerdo al autor (Shore A., 2001), esto puede generar en los niños consecuencias y daños que explicarían posibles problemáticas que se desarrollarían en su comportamiento en la etapa de la adolescencia. Una estrategia utilizada por este programa, para atenuar estos efectos negativos es entregar relaciones de calidad y estructura, donde los límites de la intervención están claramente definidos, así como las responsabilidades que tiene cada parte. Un aspecto importante que considera este modelo es la incondicionalidad, dentro de la relación terapéutica. Al desarrollarse este programa en un contexto obligado y no clínico, la incondicionalidad en la relación profesional-adolescente, se expresa empatizando con la historia de vida del adolescente y entendiendo qué lo llevó a desarrollar conductas de riesgo, intentado no enjuiciar el motivo de ingreso al programa. Además, se promueve que el joven logre comprender que su conducta desadaptativa es multicausal, pudiendo tener orígenes en tanto factores internos como externos.
Una de las consecuencias más graves de los malos tratos en la infancia, son los trastornos del apego. Estos provocan un daño en la capacidad de relacionarse consigo mismo y con los demás de manera sana y constructiva (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005). Debido a lo trascendental de estos trastornos, desde la práctica estos autores proponen una clasificación que considera la propuesta de Mary Ainsworth (1978 en Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005) y de Main y Solomon (1986 en Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005) describiendo tres tipos de estilos de trastornos del apego.
Trastorno del apego inseguro evitativo: este estilo de apego se caracteriza por ser un mecanismo de auto protección que consiste en evitar o inhibir los elementos conductuales que buscan la proximidad con la figura de apego, para evitar el rechazo. Las respuestas de la madre no satisfacen las necesidades afectivas del niño, generan estrés, angustia y dolor. El niño aprende a inhibir sus conductas de apego y emociones, ganando una vivencia de pseudo seguridad (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Este se manifiesta en la adolescencia con estrategias para rehuir las relaciones interpersonales íntimas, los afectos y emociones. El desarrollo que ha tenido, se evidencia en la poca emoción que manifiestan en las conversaciones. El adolescente ya no sólo evita la afectividad, sino que no puede acceder a ella. (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Dependiendo de cada caso y de las nuevas experiencias con terceros, un adolescente con este tipo de apego puede lograr tener una vida constructiva o continuar con problemas conductuales, los que podrían traducirse en: dificultad para afrontar cambios, comportamientos hostiles y anti sociales. Las barreras que intentan poner para evitar la cercanía, pueden llevar al descuido de la higiene e imagen personal. Si en la adolescencia encuentran apoyo o recursos resilientes, como personas que les brinden vínculos de calidad, pueden mejorar su forma de relacionarse. (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Trastorno del apego inseguro ansioso ambivalente: estilo de apego que se caracteriza por la vivencia de una gran ansiedad de ser amado y ser lo suficientemente valioso. Existe una preocupación por el interés o desinterés y disponibilidad emocional que muestran los otros hacia él. Se evidencian sentimientos de ambivalencia ante las figuras de apego, debido a sus necesidades afectivas insatisfechas, por ausencias recurrentes. Al ser los cuidadores inconsistentes, el niño no puede predecir mentalmente sus respuestas, afectando sus procesos cognitivos. La conducta de apego esta activada al máximo todo el tiempo, no dejando espacio para reflexionar sobre conductas más idóneas. Desarrollan estrategias coercitivas para obtener dominio sobre su mundo social, pudiendo estas ser agresivas (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Este estilo de apego en la adolescencia lleva a los jóvenes a vivir las relaciones con sus pares con inseguridad y angustia, por lo cual es altamente influenciable. Algunas características que podrían presentar los adolescentes que han generado este tipo de trastorno del apego, son gran necesidad y ansiedad frente al sentido de pertenencia al grupo o aceptación por parte de terceros, fusión y riesgo de pertenecer a pandillas, conductas disruptivas ante la frustración, con agresividad, impulsividad y dificultad para controlarse (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005). Sus conductas de apego se encuentran sobreactivadas, dejando escasa energía para reflexionar respecto de alternativas más adaptativas.
Trastorno del apego inseguro desorganizado: este estilo de apego se caracteriza por encontrarse en niños y niñas que han presentado experiencias relacionales tempranas caóticas. Los padres se caracterizan por ser insensibles a las necesidades de los hijos e hijas y mostrarse muy violentos. Comúnmente, son padres que presentan alguna dependencia a sustancias (drogadicción-alcohol) o han vivido traumas o un proceso de duelo al mismo tiempo que debían vincularse con su hijo o hija, lo cual obstaculiza los procesos de relacionamiento afectivo con el infante, y la disponibilidad para éste. Ante estos progenitores, las estrategias defensivas de los niños y niñas colapsan siendo incapaces de desarrollar un patrón estable de vinculación, 75 u 80% de niños maltratados llega a desarrollar este tipo de vínculo. (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Durante su infancia, mientras el niño busca proximidad y confort, experimenta más amenaza o atestigua preocupación e indisponibilidad en su cuidador. Tal experiencia contradictoria inducirá conflicto motivacional (acercamiento/retiro) en el infante o niño, llevando a un comportamiento desorganizado en el contexto específico de búsqueda de proximidad. (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Este trastorno durante la adolescencia se manifiesta de forma abrupta ya que los diversos cambios que ocurren en este periodo hacen surgir el dolor de los múltiples traumas de la infancia. En la adolescencia pueden reafirmar su imagen de ser poderosamente malos, peligrosos e indignos de ser amados. (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Estos adolescentes se caracterizan por ser poco flexibles, defensivos y con escasa capacidad para integrar nueva información por sí solos. Si al llegar a esta etapa de desarrollo no cuentan con una relación de apoyo, su cerebro quedará configurado de esta forma estática, y con información que únicamente validará la percepción del entorno hostil, del cual sentirá que es necesario defenderse (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Existe una mayor probabilidad de presentar conductas antisociales, trastornos depresivos crónicos, trastornos límite de personalidad, agresividad, psicopatologías múltiples, urgencia de controlar la relación terapéutica, además de una tendencia a presentar comportamientos bizarros (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
En caso de no lograr desarrollar formas saludables de relacionarse con los demás, existe una alta probabilidad que estos adolescentes lleguen a repetir la historia vincular con sus hijos, maltratándolos o abandonándolos. (Barudy, J. & Dantagnan, M., 2005).
Sujeto de Atención de estos programas
Los jóvenes atendidos por estos programas, se encuentran en el rango entre los 14 y 18 años de edad, periodo que corresponde a la adolescencia, etapa en que se inicia la consolidación de su identidad, se define la personalidad, e inicia el desarrollo de la autonomía y se produce el proceso de maduración sexual hacia la vida adulta.
Estos adolescentes ingresan a los programas Salidas Alternativas, a través de una medida judicial decretada por los Tribunales de Garantía Competentes, para someterse a un programa socioeducativo, mediante una suspensión condicional del procedimiento, por el tiempo que establece la resolución judicial.
A nivel individual, los jóvenes presentan dificultades para regular su comportamiento y emociones, lo que ha generado habitualmente su ingreso al sistema penal. Es posible señalar que, estas dificultades podrían adquirirlas, al carecer de cuidadores que logren dar respuesta a las necesidades que presentan y que generalmente son inconsistentes, negligentes, inestables y poco contenedores en lo emocional. Por ello, estos adolescentes no han logrado una adecuada autorregulación emocional y conductual.
En el ámbito familiar presentan una dinámica que se caracteriza por ausencia de figuras de cuidado y/o interacciones afectivas pobres. Se ha observado que existen dinámicas familiares que se configuran a través de estilos de crianza permisivos – indulgentes, en que los padres no ejercen autoridad sobre los hijos, no tienen capacidad para realizar una adecuada supervisión que permita la internalización de normas, siendo esta en general débil e incluso inexistente en algunos casos. En una menor proporción, se observa que existen estilos de crianza permisivos- negligentes, en donde no existe disposición de las figuras de cuidado para cubrir las necesidades afectivas y físicas de los adolescentes, observando desinterés por ejercer un rol de autoridad que trasmita normas para desarrollar un control interno de emociones y conductas. A ello se suma, la existencia de confusión de roles e inversión de estos, lo cual dificulta aún más el establecimiento de normas y límites consistentes.
En ambos casos, la escasa o nula supervisión se traduce en un desconocimiento de las actividades que realizan los hijos, amigos que frecuentan, situación escolar, etc., ya sea por una indulgencia excesiva o por desinterés de lo que ocurre con el adolescente.
Es posible señalar que una mayor ausencia afectiva de los padres, promueve un mayor sentido de pertenencia con pares, con los que se genera un vínculo significativo, por esta necesidad afectiva no cubierta. Esta situación puede constituirse en un factor de riesgo, si estos pares presentan consumo de alcohol y drogas, comportamiento delictual, deserción escolar etc.
Se ha evidenciado, además que los adolescentes atendidos presentan dificultades para prever las consecuencias de sus actos, teniendo escasa capacidad reflexiva, debido a que presentan dificultades en la autorregulación de las emociones y comportamientos, lo cual se relaciona con el motivo de ingreso al sistema penal juvenil.
En la práctica, los adolescentes atendidos además, presentan dificultades para interpretar de forma adecuada las intenciones y expectativas de otros, generando inseguridad y problemas para predecir el comportamiento de terceros, lo que se podría interpretar como una amenaza, constituyéndose en otro obstáculo para integrarse socialmente, lo cual también es producto de patrones vinculares.
El perfil que caracteriza el sujeto de atención de estos programas es el siguiente:
A nivel Individual, los factores protectores observados se relacionan con que la adolescencia es una etapa de desarrollo en que el ser humano se encuentra en formación, por consiguiente es factible de ser modificada. Otros factores son la permanencia en el sistema escolar, inserción laboral y/o capacitación, aspectos fundamentales para la integración social; recursos cognitivos, capacidad para adecuarse a distintos contextos. Por otra parte, los factores de riesgo observados son bajo nivel de desarrollo moral, deserción escolar, consumo de drogas, impulsividad y agresividad, asociación con pares antisociales, detenciones a temprana edad, autoestima negativa, locus de control externo y dificultad para acatar normas.
A nivel familiar, los factores protectores serían existencia de un referente familiar positivo, interés por recibir apoyo especializado y mejorar sus competencias parentales, existencia de familias como núcleo de contención afectiva e interés por la educación de sus hijos. Los factores de riesgo serían crianza permisiva indulgente y/o negligente, dificultad de los padres para supervisar las actividades de los hijos, ausencia o confusión de normas y límites, pautas educativas inconsistentes o inapropiadas, dificultad para atender las necesidades físicas y afectivas de los hijos y estilos comunicacionales inadecuados.
A nivel Comunitario, los factores protectores son, acceso a la educación y la salud y existencia de redes de apoyo para hacer uso de las políticas públicas. Factores de riesgo serían la exclusión social, habitabilidad en sectores vulnerables y de alto riesgo social, escasas oportunidades para desarrollar actividades recreativas, deportivas y culturales en su entorno más inmediato.
De acuerdo a la experiencia en el ejercicio de la intervención con jóvenes del perfil antes descrito, y en concordancia con los estilos vinculares descritos en el modelo de Barudy – Dantagnan (2005), los jóvenes que se atienden, presentan principalmente un estilo vincular que se caracteriza por apego inseguro evitativo y apego inseguro ansioso ambivalente, mientras que en un menor porcentaje se encuentran adolescentes con un apego desorganizado y con un estilo de apego seguro. Cabe hacer presente, que las conductas descritas en estos estilos de apego, son las manifestadas desde la etapa de la adolescencia hasta la vida adulta, con distintas intensidades de acuerdo al periodo de desarrollo.
Pedro es un adolescente que asiste al programa y se ha evaluado presenta un trastorno del apego ansioso ambivalente. El adolescente tiene una madre presente, sin embargo, con dificultad para reconocer y satisfacer las necesidades de su hijo, principalmente en periodos en que ella presenta sintomatología depresiva. Es en estos momentos, cuando Pedro presenta conductas desadaptativas, se observa reactivo agresivo y con descontrol de impulsos. Este comportamiento podría deberse a una necesidad de ser visto por su figura de apego y autoridad, para generar en ella preocupación que la movilice a volcar su atención en él. Otro factor relevante es que, en estos periodos, la madre delega las funciones de cuidado parental a terceros, provocando que con estas decisiones, el joven la invalide cuando ella vuelve a intentar asumir el control y supervisión.
Un caso que ejemplifica el trastornó de apego inseguro evitativo, es un joven que presenta resistencias a involucrarse en relaciones interpersonales íntimas, escabullendo la expresión de los afectos y emociones. Estos adolescentes evidencian escasa emoción en sus conversaciones, mostrando una actitud de pseudoseguridad que les permite mantener relaciones estables, ello sin involucrar sentimientos, ya que si esto ocurre, estas relaciones tienden a ser conflictivas. Por ello, disminuyen sus conductas de apego a lo mínimo posible. Una muestra de este apego, es el caso de Carlos, quien de acuerdo a su historia vital no contó con el afecto incondicional de su madre, y fue rechazado por ésta desde su nacimiento. Esto podría haber generado un bloqueo en su mundo emocional, lo que se ha traducido en escasa expresividad, corporal y verbal, y que en la actualidad se presenta como una dificultad para la intervención, ya que exige a la profesional encargada, implementar estrategias específicas para lograr la interacción.
Por último, los adolescentes con apego desorganizado, enfrentan las relaciones interpersonales siendo poco flexibles, defensivos y con escasa capacidad para integrar nueva información, percibiendo de manera hostil el entorno por lo que creen necesario defenderse. Esta actitud dificulta la formación de vínculos ya que tienden a instrumentalizar las relaciones interpersonales.
Un ejemplo de ello, es Pablo, joven de 15 años de edad, quien vive en la actualidad con su madre, la pareja de ésta, y dos hermanos. Pablo fue concebido cuando su madre había concluido la relación de convivencia con el padre del joven, motivo por el cual el embarazo no fue deseado, ya que la madre vivenció la finalización de esta relación como una pérdida. Cabe señalar, que en este caso, el embarazo al ser no deseado y además desarrollarse durante un proceso de duelo de la madre, habrían sido factores significativos en el desarrollo de un trastorno de vínculo inseguro desorganizado. Esto influyó negativamente en la vinculación madre e hijo, debido al rechazo que experimentó hacia él, desde su gestación. Cabe indicar, que la madre ha manifestado conductas negligentes con su hijo desde temprana edad. Cuando Pablo cumple 11 años, la madre da consentimiento a su hijo para trasladarse a vivir con su padrastro a otra ciudad. En este período, se intensificó su comportamiento problemático, relacionándose con adultos que presentaban conductas transgresoras, quienes se constituyeron en su grupo de referencia, período en que además deserta del sistema escolar. Frente a esta problemática, la madre decide retomar el cuidado de Pablo y trasladarse a otra ciudad, como estrategia para evitar que continuase vinculado a conductas de riesgo. Sin embargo, esta preocupación de la madre, ya no es percibida como tal por el joven, quien continúo presentando este mismo comportamiento. Es importante señalar que la relación materno filial carece de jerarquía y de estructura, presentando roles poco definidos al interior de la familia, lo cual ha dificultado la internalización de normas y límites por parte del joven. Ello ha incidido en los conflictos que presenta Pablo en la actualidad con las figuras de autoridad, tanto al interior del sistema familiar como en contextos sociales más amplios. Se ha observado un alto compromiso delictual, el cual ha ido en escalada, existiendo un incremento en la violencia manifestada al momento de cometer un ilícito. Por su parte, la madre se presenta muy preocupada de su hijo cuando éste cumple con lo deseado, sin embargo, cuando no es así, lo expulsa del domicilio y solicita que sea internado en un Hogar Familiar para que lo “arreglen”. Ante ello, el joven confirma que la relación con su madre no es incondicional.
Propuesta Metodológica de Intervención
La metodología de intervención de estos programas incorpora distintas estrategias, entre las cuales se encuentra la mediación de aprendizajes y de cambio, la que consiste en que el profesional modula conductas que se espera que el joven incorpore. Pese a que esta intervención está condicionada por la obligatoriedad de una medida judicial, la intervención socioeducativa que se aplica, tiene la intención de considerar los recursos naturales y las competencias de los jóvenes atendidos, comprometiéndose en mejorar las condiciones de vida de ellos, apoyando su proceso de reinserción social. El rol del profesional interviniente consiste en asistir y guiar a los jóvenes en la adquisición de nuevos conocimientos, es decir, constituirse en una figura que desafía y potencia aprendizajes cada vez más complejos (Aron y Milicic, 1999). Esta figura está encargada de la mediación de procesos interventivos con los adolescentes, sus referentes familiares y los actores de la red judicial y sociocomunitaria, que permita lograr un adecuado cumplimiento de las obligaciones judiciales desprendidas de la Medida, así como también a la satisfacción de las necesidades de habilitación e integración social detectadas en la evaluación inicial o emergidas durante el proceso.
De acuerdo con Sroufe (2000), Bowlby (1969) y Stern (1997), (en Farkas, Chamarrita; Santelices, María Pía; Aracena, Marcela y Pinedo, José, 2008) no sólo el vínculo afectivo parental es funcional a la organización de la identidad de un sujeto, sino también el vínculo inter-pares, el cual se constituye en un sistema autoreferencial para la construcción de la identidad personal. Los procesos de vinculación afectiva, a lo largo del desarrollo de la persona, van favoreciendo la instauración de procesos autorreferenciales más estructurados, como la identificación y la imitación de modelos. En este punto, el profesional puede constituirse en una figura que proporcione un modelo prosocial no violento ni trasgresor, que pueda influir en la vida del joven facilitando cambios más profundos en su identidad.
En este sentido, el quehacer profesional de los interventores permite que, a pesar de existir una circunstancia definida desde un tercero, (obligatoriedad de la medida judicial) se desarrolle además un objetivo de común acuerdo que favorezca la co-construcción de un proceso de vinculación, que sea significativo para el joven y estratégico para el logro de una reinserción ajustada a las normativas socialmente válidas. Un caso en el cual este proceso de co-construcción se ha dado con resistencias al espacio y a la intervención que el programa realiza, es Juan, quien ha ingresado por el periodo de dos años, percibiendo la Medida decretada como injusta. Este joven presenta un estilo de apego evitativo, con dificultades para generar relaciones interpersonales de confianza, mostrando una pseudoseguridad, lo cual ha influido en que evalúe su participación en el programa como innecesaria. Es por ello, que este proceso de co-construcción se ha visto interferido, ya que el joven no logra percibir que presenta alguna necesidad de intervención que pueda ser abordada a través de esta instancia. Por esto, su participación en el programa sólo se limita a cumplir con las exigencias formales. Pese a estas resistencias iniciales, la profesional persiste en la tarea, logrando validarse frente al joven, con quien acuerda trabajar temáticas de su interés, consiguiendo finalmente su adherencia. Otro ejemplo, en que es posible visualizar las dificultades que se da en esta etapa, es el caso de Francisco, quien tiene con su madre una vinculación de tipo ansiosa ambivalente debido a la ausencia y falta de constancia de ésta, la que por periodos intermitentes se mostraba diligente, cuidadosa y preocupada, y en otros abandonaba su tarea, brindándole escasa disponibilidad psicológica. Este joven muestra una alta identificación con grupos disruptivos y logra reconocer los factores de riesgo asociados a su conducta, sin embargo, se muestra resistente para recepcionar la intervención que el programa realiza y presenta baja motivación para generar un cambio conductual. Ello dificulta el establecimiento de objetivos comunes, resistiéndose a participar activamente en el proceso. En este caso, se utilizó como estrategia transversal a la intervención, la problematización de los factores de riesgo detectados en la evaluación inicial. El joven logra identificarlos, sin embargo, no los considera como una dificultad. Otras estrategias utilizadas en este caso, fueron el acompañamiento al joven para su acceso a redes sociales y la adecuación de las intervenciones a temas de su interés para generar motivación y adherencia del adolescente. Sin embargo, nunca se logró una co-construcción entre joven y la profesional, por tanto, no se alcanzó el cambio conductual esperando durante su permanencia en el programa, cumpliendo sólo con aspectos formales de asistencia. Estas son experiencias, que no siempre tienen los resultados que se busca alcanzar, sin embargo, en otros casos es posible revertir las resistencias iniciales.
Otro aspecto fundamental es el contexto de intervención, su naturaleza asimétrica, en donde los roles se encuentran definidos previamente. Esto debido a que la relación se da en un contexto obligado, es decir, definido por una Medida Judicial, que determina el control y supervisión del adolescente. Esta definición externa permite dar la estructura al espacio relacional, el cual puede constituirse en un espacio de contención.
Una de las dificultades que surgen a raíz de esta obligatoriedad y asimetría, se da con jóvenes que provienen de familias con prácticas negligentes y permisivas, evidenciándose mayor dificultad para asumir normas y limites, y respetar la autoridad. Tal es el caso de Claudio quien es un joven de 18 años de edad, que vive con su madre y la pareja de ésta. La relación materno-filial se caracteriza por ser simétrica, carente de normas y límites, normalizando y minimizando las conductas de riesgo del adolescente. El joven intenta replicar este tipo de relación con la profesional, lo que le provoca frustración, al no lograr su objetivo, reaccionando de forma agresiva.
Por otro lado, esta relación busca convertirse en un espacio que motive un cambio conductual, sin ser este un contexto clínico propiamente tal, se pueden conseguir efectos terapéuticos. Esto último debido a que el vínculo que se genera entre el joven y el profesional, se espera debiera tener características saludables y en algunos casos efectos de aprendizajes de nuevas alternativas, en tanto experiencia emocional formativa, respecto de la forma habitual de vincularse que presentan los jóvenes. Para ello, se utilizan estrategias que tienden a reforzar la confianza del joven en sus propias habilidades y capacidad de cambio para generar un proyecto de vida positivo, a través de explicitar y evidenciar los logros obtenidos en el proceso. Además, es importante que el profesional sea capaz de mostrar de forma sencilla y clara los factores que pueden estar incidiendo en la no consecución de los logros esperados.
De este modo, se intentan propiciar, desde el primer contacto, las condiciones que faciliten la formación de una relación que puede caracterizarse como consistente, estable y de confianza basada en la consideración de la individualidad e interioridad del adolescente. En este sentido, es un vínculo que implica un respeto mutuo que permite estar disponible de forma genuina y empática para el joven y sus circunstancias. Estas condiciones son de especial importancia cuando los jóvenes atendidos presentan algún tipo de trastorno del apego, ya que pueden mostrar dificultades para relacionarse consigo mismo y con los demás.
Otro aspecto fundamental en este tipo de relación, considerado por estos programas, es el ético, en el cual el respeto y reconocimiento del joven como sujeto de derechos, bajo una aceptación como persona, independiente de la conducta que motiva su ingreso, es uno de los ejes centrales de la intervención. Este aspecto se resguarda a través del encuadre que se realiza al adolescente, en las entrevistas iniciales, y se refuerza a través de las sesiones posteriores. Se busca que este encuadre sea consistente en el tiempo y coherente con la conducta que presenta el profesional, quien tiene la responsabilidad de dar la estabilidad, coherencia y consistencia a la relación que se forma con cada joven. Este encuadre implica además explicitar las reglas de la relación, en cuanto a la libertad del joven para expresar cualquier inquietud o tema, asegurando la confidencialidad, salvo en excepciones justificadas por el riesgo personal o a terceros y constituyentes de ilícitos.
Lo anterior tiene la finalidad de evitar reproducir las inconsistencias de los padres en la relación que se establece entre el profesional y el adolescente. En este sentido, cuando el interventor no ha sido capaz de ser sólido con el encuadre realizado al joven, éste último tiende a traspasar otros límites y a reproducir las inconsistencias de la relación con sus progenitores, presentando retrasos, incumplimiento de compromisos, adquiriendo una actitud oposicionista frente a la intervención. Un ejemplo de esta situación es el caso de Gabriel, quien de forma persistente presentaba una actitud de escasa colaboración y participación en las sesiones socioeducativas, buscando que el profesional suspendiera o redujera la actividad planificada, para permanecer el menor tiempo posible en la sesión. Frente a esto, en las primeras reuniones, el encargado del caso cedía a las presiones del joven, logrando éste su objetivo, el cual se relacionaba con interrumpir la actividad ya que terminaba dejando sin herramientas al profesional para dar continuidad a la intervención. Su apatía y oposicionismo pasivo, le permitían mantener el control. La estrategia implementada dentro de la metodología de intervención de este programa para superar esta situación, fue conservar la consistencia y coherencia siempre, manteniendo y haciendo respetar las normas, con el objetivo que el joven percibiera que este es un espacio estable y al lograr evaluarlo de esa forma, se convierte en un lugar seguro.
Por otro lado, otra estrategia utilizada para desarrollar una vinculación con un joven, es garantizar la continuidad con un único profesional desde que ingresa al programa. Lo que se busca, es que sea la misma persona la que realiza la primera visita domiciliaria y la que posteriormente continúe con las intervenciones siguientes, a fin de asegurar estabilidad en el tiempo. Se busca mantener consistencia, coherencia y estabilidad en el vínculo que se va estableciendo. Sólo en casos excepcionales se realiza cambios en ese ámbito. Un ejemplo de estabilidad en el vínculo, lo representa Antonio, un joven que ha ingresado a este programa en dos oportunidades. Por esto, se evaluó oportuno que el joven fuese atendido por el mismo profesional en el cumplimiento de ambas causas, ya que de alguna manera la relación que se estableció anteriormente fue efectiva, en cuanto a favorecer el aprendizaje en un contexto seguro que permitió avanzar en el proceso de intervención iniciado en el periodo anterior, dándole continuidad en el segundo.
Otra estrategia utilizada, es entregar a cada adolescente una atención personalizada y preocupación genuina por acoger la problemática que les afecta, buscando que el profesional se constituya en una figura de apoyo y movilización de cambio conductual, cuyo fin último, es lograr una mejor integración social. Por ello, en el proceso de intervención, se busca acoger las necesidades y prioridades de los jóvenes. Al ser la intervención flexible, permite atender situaciones críticas emergentes por sobre lo planificado, ya que el abordaje de dichas circunstancias favorece que el joven perciba esta disponibilidad y empatía del profesional. Esto se ve facilitado por el conocimiento que el interviniente tiene de la realidad del joven, intentando prever situaciones de crisis.
Un ejemplo, que refleja la flexibilidad de la intervención, es Robison, un joven de 19 años quien se encuentra con una relación de convivencia desde hace cuatro meses, asumiendo las exigencias de ello, principalmente económicas. En las entrevistas iniciales, se muestra resistente a asistir al programa y desvaloriza la utilidad de este, ya que se percibe como un adulto autónomo que no requiere del apoyo de terceros. Sin embargo, el profesional advirtiendo esto, y a modo de captar su atención, prioriza la intervención en temáticas que son de su interés, como lo es el apresto laboral, sexualidad responsable, proceso de autonomía, etc., de modo que ello permitiera establecer un clima de confianza y cambiar su disposición frente a la intervención.
Esta flexibilización es una propuesta de co-construcción de objetivos según su realidad, por lo que también incorpora la detección de potenciales artísticos, intereses educacionales, necesidades sociales, entre otras, ya que el profesional adopta un rol de facilitador y mediador entre los intereses y necesidades del adolescente y las redes sociales disponibles. Lo anterior favorece y potencia tanto el vínculo con la figura del profesional, así como la validación de los programas y la adherencia a los mismos. Por otro lado, el aprendizaje logrado, producto del modelamiento que realiza el profesional, el joven lo significa como una experiencia de logro personal, de reparación social y un aprendizaje hacia la integración. Esto es posible debido a que el profesional ve a la persona y no al infractor, desestigmatizándolo y educándolo, respecto a sus derechos y necesidades. Ejemplo de ello es el caso de adolescentes que han sido contactados con la institución INJUV (Instituto Nacional de la Juventud) quien desarrolla talleres artísticos, culturales y formativos, siendo un espacio de integración social para los jóvenes. Esta experiencia es valorada por los adolescentes, quienes perciben en estos espacios, oportunidades de desarrollo de sus habilidades e intereses.
Finalmente, el proceso de cierre de la intervención, es de gran importancia en la metodología implementada por estos programas. Es en este proceso, donde se debe respetar el vínculo que se logró construir con el joven. Por ello, se ha establecido un procedimiento como parte integral de la intervención final, el que debe tener presente el estilo vincular que el joven tiene. Por ello, este egreso debe ser preparado cuidadosamente y de acuerdo a las necesidades del adolescente, de manera que no sea significado como otra perdida. El objetivo final, es lograr que los jóvenes reconozcan formas saludables de vincularse y sean capaces de replicarlas en futuras relaciones.
El desafío en este sentido, es validar la co-construcción de la intervención en un contexto obligado, ya que la experiencia recogida ha demostrado, que es posible intencionar cambios en este contexto cuando se genera una relación segura entre el profesional y el /la adolescente. Por ello, la propuesta es presentar la obligatoriedad de la intervención como un contexto normado, seguro y estable, el que puede transformarse en un espacio de contención que considere sus necesidades y a la vez, permita educar en la incorporación y cumplimiento de normas sociales para su reinserción social.
De esta forma, se propone la revisión por parte de los lectores de esta metodología innovadora, aplicada a contextos obligados, invitándoles a continuar desarrollando esta línea de trabajo.
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